Las consecuencias a largo plazo o secuelas del daño cerebral traumático se manifiestan a varios niveles, causando gran diversidad de alteraciones físicas, cognitivas y de comportamiento que son relativamente distintas para cada persona, lo cual representa un gran reto para los profesionales que afectan al paciente. Estas secuelas pueden llegar a ser altamente incapacitantes e impedir o dificultar el retorno a las actividades que el paciente realizaba anteriormente, tanto a nivel académico y profesional, como social.
En el ámbito de la medicina y la psicología, hasta la actualidad, se han llevado a cabo diversos estudios relativos a la incidencia y prevalencia de los TCE en la población, las bases fisiopatológicas del daño cerebral, los trastornos neuropsicológicos y el proceso de rehabilitación de la persona afectada.
Los TCE son una de las principales causas de mortalidad y grave discapacidad en niños y adolescentes. Sin embargo, los efectos de estas lesiones en la población más joven tradicionalmente han sido considerados como menos graves que en los adultos. En parte, esta infravaloración es atribuible a la aceptación generalizada por parte de los clínicos de que el daño cerebral resulta más recuperable en la edad infantil como consecuencia de la mayor plasticidad cerebral. Sin embargo, esta afirmación general ha de ser tomada con cautela, a partir de la evidencia reciente sobre neuroplasticidad y de los numerosos estudios de seguimiento a largo plazo que revelan la importancia de las alteraciones cognitivas y emocionales en este grupo de población.
La tasa de incidencia promedio de TCE en niños y adolescentes menores de 18 años, a partir de diferentes estudios poblacionales en varios países, se estima en 180/100000 habitantes/año.